El jardín: un poema escrito con pixeles y palabras

Crecí entre plantas. Las reconocí cuando era niña como elemento de un paisaje al cual yo también pertenecía; seres hermanados, nos hacíamos compañía con naturalidad. Presentía el hermoso entretejido debajo del suelo que formaban en secreto todos los árboles del jardín, me abstraía mientras observaba el caer de las flores sobre los adoquines.

A las plantas las cuidaba papá al atardecer, lo recuerdo con las manos cubiertas de lodo; decía: cuando sea viejo quisiera vivir entre árboles, construir un vivero y las movía de las macetas al suelo firme, limpiaba los trozos caídos, curaba sus tallos.

Se alzó muy alto el limonero, el árbol de aguacate y el de hule; la bugambilia, la pata de elefante y también el arrayán. Después papá murió y a las plantas las abandonó su belleza, no en un sentido metafórico sino literal.

La casa donde crecí ya no es mi hogar, poco queda de la vegetación voluptuosa que todavía guardo como un descubrimiento, esa que recuerdo a veces para renovarme.Papá no pudo envejecer entre árboles. Desde entonces construyo (para él y para mí) invernaderos, viveros y jardines en la mente, el papel y la pantalla. Pedazos de tierra grandes e indefinidos como la memoria; territorios para la tercera edad imaginaria de papá. Ahora el jardín se abre a quien quiera acompañarnos en el recorrido. Aquí existe lejos de la materialidad de la carne, en la virtualidad de un juego sobre descubrimientos y recolecciones, en un mundo en el que nada muere. Pongo semillas para olvidar los troncos secos, las raíces podridas que no fue posible extirpar. Esta es la representación de un jardín en perpetua construcción que existe conmigo en cualquier lugar y en donde he aprendido a hablarle a la naturaleza, a llamar las cosas por su nombre verdadero, a esperar con paciencia el nacimiento de las flores y la apertura de los capullos. Donde todo es aún posible.